Es bueno hablar de los orígenes. A veces, nos olvidamos del
momento en que esas partes de nuestra vida ahora indispensables, que un día
arraigaron en nosotros, surgieron de algún lugar o alguna forma.
En mi caso, los videojuegos llegaron con aquel Spectrum 48K
que tenía mi hermano. Tenía muchas cintas originales y a mí me fascinaba ver
todo eso en movimiento. Mis primeros pinitos con la interacción (¡y qué torpe
me recuerdo! Casi tanto como me siento ahora jugando a otros juegos modernos).
Era mi hermano mayor y le tenía, como a muchos les habrá pasado, idolatrado.
Tenía que seguir sus pasos porque era un modelo de admiración. Recuerdo los
posters con portadas de Azpiri en el piso del Tozal, que no existe ya. Recuerdo
jugar a Atic Atac. O más bien, verle jugar. Y darle la brasa posteriormente para
que me pusiera los juegos, cuando él, comenzaba su etapa con otros intereses.
Igualmente fue él mismo el que me adentró en la fantasía y
el rol. Con aquel libro rojo del Señor de los Anillos, jugamos partidas con un
buen amigo suyo. Yo quería matar y ser munchkin. Quería ser un enano (pero
idealizado, claro está), porque normalmente en las novelas que leía los enanos
no salían muy bien parados (¡Pobre Flint Fireforge!).
Igualmente, mi madre me mimaba y sorprendía con juegos de
rol diferentes, con comics y cromos de Batman (de ahí conservo una copia del
Retorno del Caballero Oscuro). Con los libros de elige tu propia aventura, los
que había de Dungeons and Dragons, Lobo solitario… El Hobbit, para leerlo en
clase y más tarde el Señor de los anillos. ¡Ambos de ediciones Minotauro! El
verde y el rosadito respectivamente. También recuerdo ese año en que el
Heroquest llegó a casa… Y se jugó una partida. A todo el mundo le parecía un
coñazo, y yo era muy pequeño para aprender a jugar. Tiempo después lo valoraría
mucho más cuando empezase a pintar miniaturas (pobres de ellas…) con lo primero
que tuviera a mano.
Aquellos tiempos se marcharon hace mucho, pero yo seguí
encabezonado en que todo aquel mundo me enriquecía mucho más que salir a dar
patadas al balón ahí fuera. Y no es porque no lo intentase, pero el deporte no
era lo mío… Ni confraternizar con los chavales normales. Ellos no entendían lo
que yo había elegido para hacerme mayor y al no poder hablar de esas cosas con
ellos… Me aburrían. Los videojuegos era otra cosa, pero claro, tampoco la gente
los veía como lo hacía yo. Algún amigo sí que he tenido, como F., J.I., que
compartían como yo ciertas inquietudes similares, pero como suele suceder,
acabamos tomando caminos separados.
Ahora miro atrás a todo ello con cariño y cabreándome porque
me dejo muchas cosas en el tintero (las cajas grandes de aventuras gráficas de
Lucas como Loom, Monkey Island, Maniac Mansion). Me viene el sabor y olor a
humedad de la bodega cuando estaba aquel IBM PS1. No soy capaz de recordar todas
las cosas que han hecho que ahora sea así. Pero no me queda otra cosa que
agradecer a todos los que contribuyeron a mantenerlas en mi vida. A los que las
compartieron conmigo y con los que, en estos tiempos, nos sentamos y a veces
recordamos que estuvieron allí.
Ojalá me resultase tan sencillo soñar como me lo era antes.
Ojalá recuperase esa concentración de ilusión en algo particular. Ojalá pierda
algún día la tristeza que me viene al hablar de todas estas cosas que ya no
están tan cerca como me gustaría que estuvieran.